
Los datos arrojados por las más recientes encuestas de trayectoria veraz que se conocen en el país (una patrocinada por reconocidos grupos mediático-empresariales y otra manejada tras bambalinas por una poderosa embajada) parecen confirmar la inferencia de que estamos en presencia de una reconfiguración del panorama político en la que las expectativas del cambio se están sobreponiendo a las ansias del continuismo en la conducción de los destinos estatales.
Y es que, aunque mucha gente todavía insiste en no darse por enterada (sea por mero ejercicio táctico o por supina candidez, y a despecho de las abrumadoras evidencias cotidianas), los resultados de las primarias del PLD (sin importar la valoración que se tenga de los mismos en términos de maniobrerismos internos o higiene institucional) marcaron un punto de ruptura en aspectos cardinales de lo que había sido el entramado político nacional de los últimos tres lustros.
En efecto, la victoria (se puede entrecomillar o no al gusto) del sector oficialista del peledeísmo (integrado por los danilistas, varios pequeños grupos satelitales y una potente artillería mediática) sobre la franja que le adversaba (formada por leonelistas, exfuncionarios agradecidos y la “inteligencia” de FUNGLODE), terminó seccionando de mala manera al que hasta el año pasado se nos exhibía como el más exitoso bloque electoral democrático conocido por el país, lo que a simple vista ha generado una nueva correlación de fuerzas en el escenario político.
La perogrullada puede o no ser aceptada, pero la realidad que sugiere es inocultable: el PLD salió roto de su evento eleccionario interno, y si es cierto que todavía el impacto de la secesión no puede medirse con exactitud, por lo menos dos cosas parecen meridianamente claras: ha perdido energía electoral (porque ninguna división produce fortaleza sino debilidad, aunque sea relativa o solo inmediata) y ha sufrido el desprendimiento de un liderazgo de presencia nacional que (por la razones o con la gradación que fueren) es depositario de significativos niveles de adhesión o simpatía tanto dentro de las estructuras del peledeísmo como fuera de éstas (partidos aliados y sociedad civil).
(Insistamos: nadie está actualmente en condiciones de determinar con certeza el verdadero impacto de la división del PLD en sus potencialidades electorales -sobre todo porque aún están pendientes de desenlace ciertos indicadores y factores circunstanciales cuya dirección sólo un hechicero o un charlatán podrían tratar hoy de señalar con presunción de suficiencia-, pero tampoco sería honesto negar que hubo fraccionamiento, que la conmoción intestina no está totalmente superada y que, quiérase o no, inevitablemente ello modificará -mucho o poco- el cuadro de la votación histórica de esa entidad política).
Por supuesto, tales realidades han resultado mucho más gravosas para el oficialismo porque, como se insinuó al principio de estas notas, en la nación se ha estado desarrollando en su contra una pujante tendencia de impugnación que ha engendrado por primera vez un perfil de preferencias electorales favorable al cambio que, aunque indubitablemente encarnado en el PRM, también involucra a antiguos conmilitones y a aliados tradicionales del peledeísmo, lo que podría expresarse postreramente otorgándole a esa tendencia cierta categoría de frente nacional (formalizado o no) con auspiciosas posibilidades de cara a los eventos comiciales pautados para el año que despunta.
Otro hecho notable del panorama político actual es la consagración del licenciado Luis Abinader como el líder predilecto de la sociedad dominicana, pues él, contrariando apuestas y augurios tanto dentro del PRM como en otros ámbitos del partidarismo nacional, no solo ha concitado el respaldo o la no objeción de la casi totalidad del espectro opositor y logrado proyectar una factible imagen presidencialista, sino que ha conseguido estructurar alrededor de su liderazgo una opción electoral que por el momento, con base en la sensación social y los datos de los muestreos creíbles, luce triunfante frente a sus adversarios fundamentales tanto para la primera vuelta como (en caso de ser necesaria) para la segunda.
Concomitantemente con lo reseñado, es evidente que la candidatura del licenciado Gonzalo Castillo (un peledeísta con más imagen de exitoso gerente y “outsider” que de político de raza) en principio no arrancó con el vigor que le auguraba la presencia tutelar del presidente Danilo Medina (quien, pese a no estar en sus mejores momentos como líder partidario y estadista, aún conserva muchos apegos y concita grandes afecciones), y que por ello sus estrategas se han visto obligados a cambiar el foco de su publicidad de seducción (lo que, por otra parte, aparenta lógico y conveniente de cara a las elecciones municipales) reeditando la conocida táctica de privilegiar la búsqueda del voto por el PLD y no específicamente por él.
Algo paradójicamente similar, pero en mayor dimensión, se puede observar respecto de la candidatura del doctor Fernández: en principio, dada la cantidad de votos que se le atribuyeron en las primarias del PLD, parecía que arrancaría con fuerza superior o igual a la del licenciado Castillo (con todo y las justificadas reservas que despertaban la notoria erosión que ha experimentado su aura política y el hecho del que el PLD ya no es un partido político clásico sino una especie de corporación partidaria de Estado), y sin embargo en las últimas semanas luce como si se estuviese desinflando: no es ni la sombra de lo que fue en el pasado reciente.
En suma: mientras la candidatura del licenciado Abinader cada día deviene más fuerte y potable, las de sus adversarios principales todavía parecen empantanadas, y si a esta situación se le agrega la creciente percepción de hartazgo colectivo frente a los actuales detentadores de la dirección del Estado, el panorama (sin ignorar que están pendientes de finiquito factores como la influencia de la “logística” gubernamental sobre el voto ciudadano y el impacto político de los resultados de los comicios locales de febrero) luce palmariamente favorable al cambio político… Y el que tenga dificultades para ver esto, sea por desidia o sea por intemperancia, haría bien con tomar una cita donde un buen oftalmólogo.
Por Luis Decamps