miércoles, abril 24, 2024
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El embrujo del poder

Pedro P. Yermenos

A propósito de la comparecencia del magistrado Alejandro Vargas ante el Consejo Nacional de la Magistratura para optar por un asiento como miembro del Tribunal Constitucional, fue traído a colación el tema del efecto embriagante que, disponer de poder, suele producir en muchos de sus detentadores.

El aspirante manifestó su repulsión por jueces que hacen ostentación del hecho de estar investido de la prerrogativa casi divina de juzgar la conducta y el patrimonio de los demás. Calificó como “peligrosos” a quienes de esa forma proceden. El Presidente de la república se adhirió a la crítica y extendió el calificativo a todo aquel que ostente y haga mal uso del poder, resaltando la condición esencialmente efímera del mismo.

Debe ser mayoritaria la coincidencia de criterio con ambas valoraciones. No obstante, pese a la opinión generalizada sobre esa circunstancia, el hecho no pierde importancia porque lo frecuente, penosamente, es que los seres humanos, una vez provistos de la oportunidad de incidir sobre otros, dejan de verlos como iguales y se colocan en una posición abusiva y desconocedora de los derechos de los demás.

La historia del país está repleta de ejemplos en ese sentido. Figuras que parecen transformarse desde el mismo instante de ser colocadas en una posición de mando, por insignificante que sea. Uno los ve y casi no puede creerlo. De sujetos con un perfil de amabilidad; de cordialidad; de humildad; de servicio, a seres engreídos, soberbios y arrogantes, con ínfulas de perdonavidas y creyendo que levitan sobre la supuesta inferioridad de sus semejantes.

El real, el verdadero, es el segundo personaje. Hasta el momento de la entronación, todo era una farsa. Una simple máscara tras la cual se escudaba la auténtica personalidad de un ser apocado, incapaz de sentirse realizado sin trazar sus directrices no por la fuerza de la convicción, de las ideas, del ejemplo o la inspiración, sino por la mera imposición que le facilita una ley, un decreto o una elección.

De ahí que el disfrute del poder no cambia nada. Apenas devela la verdad de la naturaleza humana, la esencia de cada quien y la fortaleza o debilidad de principios y valores. Siempre he sido un convencido de que cuando alguien alcanza un peldaño en su vida, del tipo que sea, y se produce un cambio súbito de actitud, es porque lo obtenido desborda sus precarios parámetros éticos y morales, quedando evidenciada su integral mediocridad.

Pedro P. Yermenos

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