Es impresionante observar a profesionales egresados de distintas carreras universitarias que aún conservan deficiencias elementales y precarias competencias a la hora de hablar. Sus incompetencias léxicas, dialécticas y cognitivas, ponen en bastante duda de que se esté hablando con algún conocedor de temas académicos. Y es que la forma de expresarnos habla bastante de quiénes somos y qué tenemos. En sociedades salvajemente utilitarista la expresión oral es desestimada, por lo que es entendible que popularmente es una competencia en la que muy pocos invierten tiempo en desarrollar.
Ciertamente, hablar de forma clara y correcta es más difícil de lo que parece. Desarrollar una dicción impecable es un trajín que requiere, en algunas personas, hasta años de práctica. No obstante, esta competencia posee elementos esenciales que al dominarse correctamente, logran que la comunicación sea bastante eficaz para los propósitos deseados.
El problema de muchas personas a la hora de utilizar fielmente su propia lengua, es que desde su niñez arrastran hábitos indebidos, y por eso es tan dificultoso mejorar su dicción.
Las principales causas de una pronunciación defectuosa o errónea, son la falta de una vocalización adecuada, la omisión de letras, palabras que se cambian al omitir un sonido o fonema, entre otros errores articulatorios. En teoría, pudiera resultar obvio lo que diré a continuación, pero en la práctica es muy recurrente notar a personas que llegan a perder el aire innecesariamente a medida que verbalizan sus pensamientos o recitan otro discurso. Debido a ello, hay que tener claro que los pulmones precisan de aire. Así que hablar de forma acelerada no es recomendable para una buena dicción. Se debe respirar adecuadamente para evitar cansancios inútiles. Expertos señalan que aprender a respirar de forma correcta es una tarea “difícil” y que requiere “mucho tiempo”.
El correcto uso de la palabra no tiene nada que ver con el geolecto el acento que se utiliza en un determinado territorio. Idiomas riquísimos como el español tienen muchas variantes que no tienen por qué esconderse. Los geolectos son asuntos culturales y hasta de decisión personal, comparten un léxico, una sintaxis y una entonación en particular. Si alguien quiere eliminarlo de su dicción tiene toda libertad de hacerlo, pero no es una cuestión de obligatoriedad.
Aunque no es el tema directamente en cuestión, considero que el lenguaje corporal y facial está vinculado al particular de la comunicación, debido a la importancia del lenguaje no verbal, ya que algo inerte no dice mucho. Perfeccionar la dicción siempre es provechoso, pero sin perder de vista y desatender la comunicación no verbal.
Existen algunos primeros trucos que sí pueden ayudarnos, como por ejemplo: trabalenguas, entonaciones poéticas o incluso hablar de temas difíciles, pues debido a su complicación pueden ayudarnos a mejorar la entonación y a controlar las emociones al usar nuestras palabras.
Cuando se habla sobre el tema de la dicción en la comunicación, suele olvidarse al receptor y focalizarse casi en totalidad con el emisor. Pero el emisor debe tener una actitud activamente intencional para abrir los sentidos del receptor. Es vital que el oyente en este caso, no se pierda en el mensaje. Para impedir la pérdida del receptor en la retroalimentación es preciso mejorar la dicción desde una perspectiva formal, pero también emocional. La vocalización, el timbre de voz o la velocidad deben ir en conjunto siempre con una correcta entonación y seguridad.
Siempre ha sido de mucha importancia el asunto de la comunicación efectiva, ya que la dicción es originada en el cerebro y el mismo se retroalimenta de las respuestas que recibe al comunicarse.
La dicción es importante en todo momento, es el uso de palabras correctas y atinadas en el habla, cuando es claro el mensaje que se pretende transmitir, por eso es importante tener una buena dicción para poder informar de la manera acertada lo que queremos dar a conocer, pues una mala dicción puede servir de autosabotaje a la hora de exhibir nuestros pensamientos.
Por Juan Carlos Tavarez
