Icono del sitio Labazuca

La seguridad ciudadana

El gobierno está realizando un positivo esfuerzo para detener los atracos y los actos de violencia. Tenemos que reconocer que las acciones criminales nos desbordan, pero no han puesto al país de rodillas.

Dudo que las afrentas de grupos criminales puedan doblar el pulso a toda la maquinaria del Estado. Ahora, hay que tener programas múltiples para hacer frente a la violencia. Hay que ir con el garrote y el pan, los dos juntos. Ya las pandillas con sus acciones criminales no son un producto único de acción en los barrios marginados.

El temor lo exuda hoy toda la ciudadanía. Desde los que residen en torres, hasta los que pisan la alfombra de tierra. El que va en guagua o el que tiene un carro último modelo. Nadie está seguro. Nadie se siente en paz.

Es una magnífica idea recoger las armas de fuego, a cambio de un regalo y sin presiones judiciales. Pero esta es una buena acción para el titular de prensa, pero no soluciona el problema. Es una medida obligatoria, pero que por sí sola no satisface todos los inconvenientes.

Las redadas pueden llevar tranquilidad por días a los barrios, pero se queda ahí. Lo mismo que las detenciones masivas. Todas esas acciones son positivas y se tienen que implementar, pero no solucionan el problema de la delincuencia.

Donde los delincuentes son detenidos, en su reducto de vida, hay que llevar de un lado la macana y las esposas, pero en la otra mano tener la funda de alimentos, la beca de continuidad de los estudios y un trabajo, aunque sea de salario mínimo.

Hay que estar claro que atajar la delincuencia no es únicamente labores de mapeo, ni de indicios, ni de rastrear los barrios con mayor incidencia del crimen. Hay que aterrizar en que la delincuencia es uno de los efectos colaterales de la exclusión social, de la falta de empleo, de la ausencia de educación, de las inseguridades.

A los pandilleros detenidos por la comisión de hurtos menores, se les tiene que reintegrar a la sociedad. Para ello tienen que alfabetizarse o continuar sus estudios, tener facilidades de un trabajo, poder dedicarse a una nueva vida. Si no tienen la garantía de la reinserción social, seguirán siendo pandilleros de por vida.

Nadie comienza la tarea de ser delincuente por amor al arte. Las necesidades también están presentes. Con la política de pleno empleo congelada, con la masiva deserción escolar, con el abandono existente en los barrios, a los delincuentes se les debe enfrentar con plomo, si el caso lo amerita, con cárcel y luego la reinserción social. El programa de seguridad ciudadana es positivo y debe contar con el apoyo de todos, pero camina con muletas. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

Por Manuel Hernández

Salir de la versión móvil