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Rusia, Unión Europea, Estados Unidos, la saga

Con el anuncio del presidente Vladimir Putin de que, a partir del 31 de marzo, Rusia solo aceptará rublos para la compra de gas y petróleo ruso, algo que se veía venir, se le complican un poco más las cosas a los Estados Unidos y la Unión europea, para seguir imponiendo sanciones económicas a ese país.

Bruselas y Washington comenzaron a aplicar las restricciones económicas, congelando la mayoría de los bienes rusos depositados en euros y dólares en bancos europeos y norteamericanos, lo que dio lugar a que Vladimir Putin considerara estas monedas como no confiables. De ahí la decisión de cobrar en otros tipos de divisas.

Rusia y China habían sostenido conversaciones para utilizar cada uno sus propias monedas en su comercio bilateral. Los chinos han incrementado la compra del crudo soviético y a esto se le añade que la india ha multiplicado por cuatro, en los últimos tiempos, la adquisición del combustible fósil ruso, obteniendo un 20% de descuento en los precios y con el acuerdo de que también entre la rupia a formar parte de las divisas internacionales utilizadas en estos trueques.

Irán, otra de las naciones sancionadas por los Estados Unidos con iguales medidas, también ha comenzado a mirar hacia los chinos, rusos e indios como forma de evadir las sanciones y seguir vendiendo su petróleo. Estamos ante la conformación de un bloque comercial, en principio de cuatro países, cuya suma de habitantes representa casi el 40% de la población mundial.

Líderes norteamericanos habían expresado, en diferentes épocas, que los Estados Unidos deberían acercarse a Beijing para alejar a los chinos de Moscú, o, por el contrario, aproximarse a Moscú para distanciar a los rusos de Beijing. Hoy no se está haciendo ni lo uno ni lo otro, sino exactamente lo opuesto. Sus tozudas acciones han logrado acercar a los dos osos; al feroz pardo y al amigable panda.

Estos problemas mercantiles no son nuevos. El acuerdo de Breton Woods toma su nombre por haber sido firmado en esa ciudad del Estado de Nuevo Hampshire en los Estados Unidos de América, el 22 de julio del 1944, rubricado por 44 países, instauraba, entre otros organismos financieros, el Fondo Monetario Internacional, que regularía el sistema económico mundial, estableciendo el oro y el dólar como garantías de las divisas. Rusia asistió, pero se retiró sin firmarlo, alegando que ese convenio no era más que una rama de Wall Street,

Este sistema finalizó en agosto del 1971, cuando el presidente Richard Nixon dio por terminada la convertibilidad del dólar a oro y convenció a los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y principalmente a los gobernantes de Arabia Saudita, cuyo gobierno es una de las pocas “monarquías absolutas” del mundo, para que ese combustible solo sea comercializado en dólares americanos. A cambio, los Estados Unidos de América le ofrecían protección, poniendo su poderosa Fuerzas Armadas a sus servicios. El acuerdo se firmó, con lo que la moneda americana seguía conservando su excepcional valor. Esto ha continuado igual hasta nuestros días.

Pero ya vimos al principio de este trabajo, que las cosas al parecer tienden a cambiar. Con los movimientos de acercamiento que se están dando entre países que tenían conflictos, por sus diferencias en la frontera común de los himalayas, como China y la india, ponderando el tremendo potencial de negocios en divisas no americanas, el dólar corre el riesgo de perder su hegemonía mundial. Si incluimos las criptodivisas en esta ecuación, el escenario se hace asaz complicado.

A esto se le agrega que los Estados Unidos de América tienen una deuda pública situada sobre el 130% de su Producto Interno Bruto, una de las más altas del mundo y creciendo, siendo su principal acreedor, nada más y nada menos que, la República Popular China.

Todo este mejunje internacional se pudo evitar con la simple retirada, por parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, de la invitación a Ucrania para su integración como miembro de esa entidad militar. Esta acción le hubiera quitado de las manos a Vladimir Putin el argumento para una invasión al “granero de Europa”.

Una vez más queda probado que, si se aprieta demasiado la tuerca, se puede correr la rosca.

Por Carlos McCoy

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