miércoles, abril 24, 2024
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El padre que no convive con el hijo, que no reclame apego

I.- El solo engendrar, no genera cariño

1.- Reproducir la especie humana y criarla, son procesos muy diferentes, que se ejecutan en circunstancias y espacios distintos. El hecho de engendrar una hija o un hijo, no le da motivos al padre para tener esperanza de recibir, en el futuro, cariño de la criatura.

2.- Ligarse una mujer y un hombre, para producir un niño o una niña, no quiere decir que el ente social llegado al mundo terrenal trajo cariño para el padre o la madre.

3.- Ese ser humano, fruto de la unión de mamá y papá, necesita ser criado, nutrido, además de cuidado en su formación, instruirlo y prepararlo para la vida en una sociedad civilizada.

4.- La realidad le enseña al niño o a la niña, que su vida se ha ido desarrollando en un conjunto de fases continuadas que, poco a poco, paso a paso, la van a conformar, dándole fisonomía a su existencia y forma de ser.

II.- El trato esporádico del padre a la descendencia, no motiva compenetración

5.- La hija o el hijo, querer a su progenitor, no resulta de la procreación y manutención. Hace falta, además, que la descendencia sienta que a su alma llega la inclinación, el afecto hacia su persona.

6.- Los obsequios de ocasión, y a veces los mimos, no motivan aprecio. El apego, la estima y el amor paternal, deben ser transmitidos con sincera, intensa y viva emoción.

7.- El trato sujeto a contingencia, esporádico, no impulsa cariño seguro en el hijo o la hija. Solamente la relación que no cesa, la persistente hace sentir y le da vida al calor humano, que se logra cuando es seguido, no pasajero.

8.- La permanente comunicación; esa relación diaria, de ahí a ahí, entre ascendiente y descendiente, genera trato mutuo y, a la vez, ardiente adhesión. La inmediación contribuye a la afinidad entre las personas, no así la lejanía.

9.- El padre que, por una u otra razón, no vive en compañía de su descendiente, no está llamado a recibir el mismo cariño que si ambos cohabitaran. La convivencia hace posible la sana armonía.

10.- El papá que permanece afuera, más allá de donde habitualmente se encuentra su hija o hijo, no reúne las condiciones adecuadas para hacerse merecedor de la calidez, la abierta efusividad que surge del reiterado contacto que, por lo general, viene acompañado del afable frecuentar.

11.- El amor filial, no se logra en un abrir y cerrar de ojos, en un instante, sino que se cultiva a paso lente, despacio. El alternar llano y confiado, que solo se logra con la familiaridad, trae la confianza y la intimidad.

12.- Lo más interior y profundo de una persona nace de la unión, no del aislamiento. El papá no debe esperar fraternidad de esa hija o hijo, que ha mantenido en situación de alejamiento, donde no ha sentido la convivencia, la intimidad.

13.- Aquel que engendró a quien ahora es su hijo, no debe reclamarle ni esperar de este primacía en el querer, si ese ascendiente ha mantenido a esa criatura alejada. La casual comunicación es signo de distanciamiento.

14.- El padre no integrante del círculo donde vive su hija o hijo, que no espere igual afecto que el recibido por la madre, componente del hogar que sirve de vivienda a la o a el descendiente.

15.- La convivencia con el hijo o la hija, lleva a la descendencia a desarrollar apego sumamente intenso, a encariñarse hasta lo más profundo con la madre, a la vez que manifiesta áspero trato hacia su padre biológico.

16.- La hija o el hijo, que siempre ha hecho vida común solo con la madre, ante el padre se comporta esquivo, como reacción y sanción por apartarse del lado suyo y de su mamá.

Ideas finales

17.- Cuando el papá, no convive con la madre, el hijo o la hija, que han procreado, se le presentan las coincidencias de los más variados sucesos, que debe manejar con altura y sensatez.

18.- El padre que no ha convivido con la hija o el hijo, frente a la actitud de frialdad, indiferencia o desafecto de su descendiente, si comprueba que es imposible una sincera avenencia, lo más atinado es que el papá mantenga una actitud de respeto al proceder impenitente de su descendiente.

19.- El padre de la hija o el hijo, que se ha criado y desarrollado al lado de la madre, hace bien en portarse sereno, con el convencimiento de que le será más que imposible persuadir a su descendiente, de lo que cree es su verdad y resentido proceder.

20.- El padre que, sin lograrlo, ha procurado acercamiento con la hija o el hijo, que siempre vivió junto a su madre, debe aceptar con todo respeto la posición de su descendiente.

21.- No sería más que un padre testarudo, aquel que quiere recibir cariño de la hija o el hijo, al que, por las circunstancias que sea, no transmitió caricias.

22.- Por último, no debemos olvidar que: “Es inútil combatir las opiniones de los demás; a veces se llega a vencer en una discusión a otros, pero a convencerlos, jamás. Las opiniones son como los clavos: cuanto más se les golpea, más profundamente penetran”.

Por Ramón Antonio Veras
Santiago de los Caballeros, RD

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