El partidismo ya está desbocado con una campaña a destiempo. Los dados están arrojados sobre la mesa y la barahúnda se apresta a abrir trochas para las elecciones municipales, congresuales y presidenciales del año venidero.
Ese desborde de emociones y lucha por el poder, no puede llevar a que se haga una campaña desorganizada y violatoria de la buena conducta, con atentados a ala moral de los ciudadanos y el atropello verbal y escrito en los medios de comunicación.
Toca a la Junta Central Electoral preparar un código de ética que se someta a los dirigentes de los principales partidos, para que se mantenga el respeto al derecho ajeno. La guerra sucia propiciada por los cabezas de partidos, utilizando de carne de cañón a los mercenarios y fanáticos, perjudica a todos.
Hay que firmar un documento de no agresión desde ahora. Se tiene que llegar a acuerdos para que las actividades proselitistas de los principales partidos no coincidan. Por ejemplo si uno va a celebrar actos en el fin de semana en el Cibao, los demás deben trabajar en las regiones Este, Sur y el Distrito Nacional.
Cuando una campaña política cae en el descrédito, en la incontinencia verbal, termina en violencia entre los militantes fanatizados, y se corre entonces el riesgo de fracturar el libre ejercicio democrático. Ante todo un proceso electoral debe ser una muestra de civilidad, donde se procede a escoger a las autoridades y los representantes de los poderes institucionales.
También hay que trabajar en adecuar el reglamento electoral a los tiempos modernos. Es anticuado y ambivalente. No tiene posiciones firmes, y siempre deja cabos sueltos. De ahí, que en cada proceso electoral siempre los debates tienen que ir a los tribunales Electoral, Constitucional o hasta la Suprema Corte de Justicia.
Hoy no se necesitan los mediadores de antaño. Para superarlo se formaron los tribunales especializados. Acudir a ellos es un recurso amparado en la Constitución y no un pataleo. Si el desarrollo de un proceso electoral está lleno de irregularidades, será difícil que los resultados de las votaciones sean creíbles.
Para los que no están fanatizados y ven el desarrollo del partidismo desde las gradas, hay que garantizarle el funcionamiento del sistema democrático de elegir y ser elegido. Ni por la fuerza, ni por las prebendas, se puede tratar de obstaculizar que el pueblo se exprese libremente. La garantía de la paz son unas elecciones libres, democráticas y sin desordenes. ¡Ay!, se me acabó la tinta.
Por Manuel Hernández