viernes, abril 26, 2024
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Tendencias ideo-políticas en la democracia dominicana

Hace unos días, en conversación con un antiquísimo amigo y alto dirigente político del país, tuvimos la oportunidad de discurrir -más en tono de reflexión que de controversia- sobre las tendencias políticas e ideológicas fundadas formal o fácticamente por los grandes líderes de la época posterior a la desaparición de la tiranía de Rafael Leonidas Trujillo Molina.

Aunque coincidimos en algunos aspectos de la evaluación que ensayábamos de manera oficiosa, en otros diferíamos diametralmente, pues pese a que no estamos separados por grandes diferencias generacionales, sí lo estamos en cuanto a formación académica y cultural (él, de base matemática; quien escribe, de fundamento humanista) y a concepciones político-ideológicas (las suyas son conservadoras; las del autor son socialdemócratas reformadoras)

El referido amigo sostenía en el diálogo que las dos “grandes tendencias” de la política nacional de la segunda mitad del siglo XX fueron las del profesor Juan Bosch y la del doctor Joaquín Balaguer (una de origen totalitario y la otra de naturaleza “liberal”), y que el doctor José Francisco Peña Gómez y el licenciado Jacobo Majluta no constituyeron en realidad tendencias, sino que eran integrantes (con discrepancias y proyecciones propias) de la primera.

(No se habla aquí, valga la precisión, de meros cuerpos de ideas epocales, de discursos formulados por personalidades u organizaciones en “su” tiempo ni de racionalidades impuestas por la tiranía, sino de formulaciones de pensamiento con base doctrinaria, articulación lógica, base social y proyecto de nación o de mundo: no pueden ser consideradas en estas glosas, por ejemplo, el “bolcheviquismo” -sic- de Adalberto Chapuseaux -1925-, el “aprismo” de Ángel Miolán -1932-, el “dominicanismo” de Trujillo -1938- o el “catorcismo” de Manolo Tavares -1961-)

El suscrito, en cambio, cree que en el período histórico señalado, más allá de sus orígenes, las etiquetas históricas y el impacto político-electoral, hubo varias tendencias acabadas: la marxista (con una gran diversidad de matices), la de Balaguer, la de Bosch, la de Peña Gómez y la de Majluta. Y éstas fueron tendencias en sentido epistemológico, pues no sólo representaban visiones distintas del mundo, sino que también encarnaban enfoques diferentes de nuestra realidad y formas variopintas de accionar político en procura de influir o incidir sobre la misma.

(En la época actual, a mi modo de ver, han despuntado dos tendencias adicionales, por cierto muy vigorosas y con sede en casi todos los partidos -aunque más notorias en los grandes-: la pragmática-nihilista y la conservadora-ultranacionalista. Esta última en particular, con fuerte acento anti haitiano, más por razones de militancia que conceptuales luce muchas veces enfrentada con la anterior, y ha logrado sentar reales en todas las esferas de la actividad social y académica criolla: la cultura, la política, la economía, la sociología, la antropología, etcétera)

La tendencia marxista llenó una época en el devenir nacional: con raíces más o menos identificables en el decenio de los años cuarenta del siglo XX, se instaló de manera visible entre nosotros con posterioridad a la muerte de Trujillo, y a contrapelo de que su impacto electoral fue siempre limitado y de que su accionar presentó constantes signos de atomización, en los años sesenta y setenta de la repetida centuria ejerció una gran influencia en el pensamiento político, el debate académico y la interpretación histórica en el país.

La mayor parte de nuestros pensadores políticos de aquella época (así como de los sociólogos, historiadores, antropólogos, literatos y profesores universitarios) eran de origen ideológico marxista o hacían esfuerzos por avecinarse a las ideas del “moro” judío-alemán, y su presencia viva y su prestigio no quedarían preteridos sino a partir de la caída del muro de Berlín, la debacle de la URSS y el derrumbe del mal denominado “campo socialista”. De esta tendencia sólo quedan hoy restos casi arqueológicos.

La tendencia de Balaguer, de etiología trujillista y utilitaria a despecho de que el caudillo de Navarrete saltó a la palestra pública defendiendo ideas liberales y tenía una recia formación cultural neoclásica, desde su aparición fue el cubil fundamental del neoconservadurismo criollo (mezcla de atavismo político, clientelismo, retórica historicista y cauteloso reformismo), y en términos de su visión de la sociedad dominicana comportó una ideología de la transición: siempre estuvo a medio camino entre la lógica de la dictadura y las necesidades de la democracia.

La tendencia de Balaguer en su momento núcleo a la casi totalidad del pensamiento conservador del país, y dado el ya señalado perfil transicionista que acusó hubo de empeñarse en una gestión del Estado basada en el día a día (con planes muy concretos) y en crear condiciones para mantenerse en el poder (alianza con las élites económicas, incorporación al gobierno de lo más granado de la clase media y asistencialismo clientelar en los sectores vulnerables de la sociedad), y no en la formulación de ideas y programas a largo plazo o en la creación de un proyecto de nación, a pesar de su adscripción nominal a la democracia cristiana. Huelga decir que esta tendencia sigue viva en la política dominicana, por encima y a pesar del ya diminuto PRSC.

La tendencia de Bosch no nació en el exilio -como alguien ha sugerido- sino en territorio dominicano, y si bien tuvo tres etapas de desarrollo (una fuera del país, la de la izquierda democrática; y las otras dos aquí, la liberal-social y la marxista) fue en los años posteriores a su regreso de España en 1970 que alcanzó sus más importantes grados de elaboración y concesión, consolidándose como la fundamental en su época desde el punto de vista de sus formulaciones conceptuales, históricas, sociológicas y políticas.

La tendencia de Bosch tuvo un alto componente ético (refrendado en los hechos por la conducta personal y política del polígrafo de La Vega), abominó del pancismo, cuestionó el clientelismo, y a despecho de que se proyectó como postulante de las ideas originales y puras de Marx y Engels, abrazó la concepción leninista del partido (el periódico como organizador colectivo, una estructura cerrada de miembros y cuadros, y una disciplina caracterizaba por la inflexibilidad y la intolerancia), y planteó una estrategia de liberación nacional que partía de una reivindicación del proyecto duartista que a veces se adosaba con salpiques de socialismo autoritario. Ya todos sabemos, al recordar los gobiernos de Leonel Fernández y Danilo Medina, en qué terminó esta tendencia.

La tendencia de Peña Gómez, nacida de las entrañas de la de Bosch, fue la de la democracia radical y con contenido social combinada con el populismo devocional y el patriotismo antiintervencioinista (derivado de la guerra de abril de 1965), y aunque en principio mantenía lazos de solidaridad o simpatía con los modelos socialistas autoritarios y los regímenes progresistas, sus prédicas en realidad reivindicaban el “nacionalismo revolucionario” y el antimperialismo latinoamericanista preconizados en sus orígenes por el aprismo y la “izquierda democrática” que desafió a las dictaduras civiles y militares que acogotaron al subcontinente a lo largo del casi todo el siglo XX.

La tendencia de Peña Gómez evolucionó, sobre todo a partir de 1976, desde aquella concepción “nacionalista revolucionaria” (patriotismo, antiimperialismo y denuncia del dominio oligárquico-balaguerista) hasta la formulación de un proyecto socialdemócrata reformador al amparo de la Internacional Socialista, y planteaba la construcción de un Estado y una sociedad basados en la democracia política, la justicia social y la solidaridad. Importantes remanentes retóricos de esta tendencia hoy se observan en varios partidos.

La tendencia de Majluta pretendió ser una variante tecnocrática y simbiótica (girando al centro y la derecha respecto de la de Peña Gómez), intentando paralelamente rescatar la parte “potable” del balaguerismo (el pragmatismo populista y el reformismo cauteloso) y la parte progresista del perredeísmo boschista de 1963, en el marco de la defensa de los valores democráticos y promoviendo la incorporación de los empresarios y la alta clase media a la política para crear sinergia entre el Estado, los partidos del sistema y los productores dentro de una estrategia de democracia con base y contenido sociales.

La tendencia de Majluta, en su momento construida a partir de lo que éste último denominó “ideología de la eficiencia”, tuvo repercusiones muy limitadas en nuestro activismo político tanto desde el punto de vista conceptual como desde la mira de su permanencia en el tiempo, pero gran parte de sus apuestas programáticas fueron asumidas por los partidos y gobiernos dominicanos desde 1990 hasta nuestros días. Junto con la de de Balaguer, sin que se reconozca o se proclame, comparte el predominio de la política y el partidarismo actuales.

Insisto: las que se acaban de reseñar han sido las tendencias dominantes de la política dominicana desde 1961 hasta nuestros días, y las más descollantes en cuanto a legado vivo (si obviamos la palabrería y nos sujetamos a los hechos tangibles) han sido las de Balaguer y Majluta, al margen de que todavía hay quienes proclaman diariamente su adhesión -nostálgica o fementidamente- a las de Bosch o Peña Gómez… Esta la mera verdad, y se dice aquí sin intención crítica ni pretensión de haber descubierto “el helado en palito”.

Por Luis R. Decamps

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