Las actividades delictivas se conocían por la participación individual de una persona en un atraco a mano armada, robo con escalamiento a viviendas y locales comerciales. En la medida que los afectados se protegían y las autoridades policiales perseguían esos actos ilícitos, los antisociales procuraban ser acompañado de un “auxiliar”, que propiciara la huida en cualquier evento de raterismo.
Debido a que el modus operandi se manifestaba con dos personas montadas en un motor, la ciudadanía, cada vez que veía a dos personas en un motor con actitud sospechosa, trataba de resguardarse, alojándose en sitios con buena iluminación y con mas transeúntes. Pero, las fechorías seguían en auge, dando motivo a que se proliferaran parejas en motores atracando a ciudadanos indefensos; más aún, al enterarse de la inercia mostrada por las autoridades en frenar ese flagelo.
Ante las noticias de atracos y hurtos, la familia en sus hogares instaló sistema de vigilancia mediante cámaras. Lo mismo hicieron grandes, medianos y pequeños negocios. Con estas medidas se entendía que frenaría el desplazamiento de ladrones en urbanizaciones y centros comerciales. Pues, sucedió que, a los ladrones, no le importaba que las cámaras lo identificasen. En algunos atracos los antisociales, hasta posaban para las cámaras de seguridad.
En la medida que la delincuencia adquiría ribetes de intranquilidad en la población, las autoridades encargada de detener esas acciones indebidas, mostraban incapacidad para frenar el desplazamiento de rateros; pues, ya andaban en manadas, no en un solo motor, sino tres y cuatro motores con dos y tres maleantes, en cada uno, dispuestos a atracar grupos jugando domino en aceras y marquesina o, festejando un cumpleaños en terrazas hogareñas; también, a personas reunidas en colmadones; viajeros en autobuses de pasajeros, etc.
Se podría interpretar que esos antisociales, conforme a la pasividad de las autoridades policiales y de justicia, han cambiado de atracadores individuales al tipo de “sociedades del crimen”. Estamos observando el surgimiento de organizaciones de maleantes agrupados en pandillas o bandas, conformadas por sicarios, ladrones, confidentes y, una jefatura dirigida por “un líder”.
Emular lo malo, es más fácil que lo bueno, parece que esos delincuentes han aprendido bien los métodos mafiosos implementados en New York, Madrid y, en ultima expresión, de los acontecimientos violentos escenificados por bandas de malhechores en Haití.
Si la delincuencia en nuestro país ha llegado al extremo de organizarse en grupos para cometer todo tipo de tropelías, la sociedad dominicana está en su derecho de pedir a las autoridades que enfrenten esa amenaza que esta emergiendo en diferentes sectores de las ciudades mas importantes de la Republica Dominicana.
Se debe investigar las actividades delincuenciales, ahora conformadas en pandillas, debido a que el estilo de vida del dominicano, se ha estructurado para vivir en un ambiente de paz, tranquilidad y seguridad. La justicia no debe seguir guiñando el ojo, cundo un ciudadano, normal, común y corriente, se roba una mandarina, se le impone hasta dos años de prisión. En cambio, un individuo, es sorprendido con un arma de fuego ilegal y le imponen 30 días de cárcel. A los pocos días de salir de la prisión, ese individuo sorprende a alguien y le roba una pistola, para seguir “ejerciendo su profesión” de bandolero.
También, se debe investigar determinados videos subidos a las redes sociales camuflados de intérpretes urbanos, incitando al robo, la violencia y el consumo de estupefacientes. En este aspecto hay que responsabilizar a algunos youtuberos que desvían con sus conceptos malintencionados a jóvenes sin orientación.
Por Julio Gutiérrez Heredia, CPA
Miembro 1001 del ICPARD
Auditor Forense